sábado, junio 03, 2006

El buda que siente y padece



Este segundo libro que leo de David Brazier me parece más audaz que su anterior Terapia Zen.

¿Los budas tienen sentimientos? Esta pregunta me la hicieron cuando di una charla en la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga. Para responderla conté una historieta que leí en algún lugar que ahora no recuerdo. Se dice que a una maestra Zen se le murió un hijo y lloraba. Los discípulos asombrados le preguntaban cómo una maestra de su categoría podía llorar ante una pérdida. Y ella les respondió: “Por favor, no seaís estúpidos”.

Si ampliamos un poco más el horizonte esta cuestión nos lleva a la pregunta de ¿en qué consiste la iluminación? Y todavía más, ¿en qué consiste la existencia?

Un asunto que siempre me ha parecido meridiano es que, suceda lo que suceda antes del nacimiento o después de la muerte, haya las vidas y los mundos que sean, esta existencia nuestra humana y terrenal tiene igual rango, realidad o intensidad que cualquier otra posible.

Una vez le pregunté a Alonso Ufano, uno de los monjes zen más antiguos o viejos de Andalucía, y ya casi de Europa, sobre lo que ocurría antes del nacimiento o después de la muerte, si había otros mundos o, dentro de éste, otras vidas. Y me respondió: “Joaquín, sólo existe el aquí y el ahora”. Qué zen Alonso y qué zen Brazier.

Lo que viene a decir Brazier (que, según él, decía Buda) es que nuestra condición humana lleva precisamente aparejados sufrimiento, pasión y también el camino para la liberación del sufrimiento y la pasión.

No podemos engañar ni engañarnos. Un asunto interesante, que aborda Brazier, y que he charlado con algunas personas es la sensación de que a todos les va bien en esta vida excepto a uno mismo, que tiene problemas a mansalva. Esto es debido a que todos hacen y hacemos la comedia ante otros y ante nosotros mismos de que nos va fenomenal. Comedia esta universal que da origen a cuantiosas envidias infundadas. Cuantas veces he dicho: “comprendo que envidien a cualquiera, pero no a mí”.

Tal vez el peor engaño de todos es el engaño espiritual. Si uno anda engañado en otros campos: trabajo, amores, familia, intelecto, siempre es posible recurrir al refugio de la espiritualidad. Pero cuando se anda engañado en la espiritualidad no queda ya dónde acudir. Es imposible pretender que, según avanzamos en un camino de espiritualidad, nos vamos haciendo más espirituales y menos carnales. El sufrimiento y la pasión nos acompañan de por vida (dice Brazier que dice Buda). Otra cosa es lo que hagamos de estas energías. Algunas personas que trabajan en alguna vía espiritual se aúpan a lomos del caballo blanco de su supuesta superioridad moral. Algo así como si te estuvieran diciendo: “por favor, no toques mi nirvana con tu samsara”. Me parece una máscara más de la desdicha.

Otra ilusión de la misma envergadura, es la falsa creencia en que, conforme vamos avanzando en una vía espiritual cada vez tenemos menos problemas. Incluso puede suceder, aunque no necesariamente, que tengamos más problemas. Los muchos o los pocos problemas no son indicio de la calidad de nuestro trabajo espiritual. Dice Brazier que “es imposible hacer pactos con el destino”.

Un aspecto que me llamó la atención cuando leí detenidamente la vida del Buda es la cantidad de problemas que tuvo que superar una vez alcanzada la iluminación. Brazier los enumera: intentos de asesinato, engaños, insidias, pérdidas, luchas y polémicas, y otras muchas dificultades. La cuestión, dicho en lenguaje zen, no es que no haya tormentas o nubes en el cielo. La cuestión es que pese a los temporales y los nubarrones, el cielo continúa siendo azul.

Ni siquiera la vida del religioso, monje o del eremita retirado constituyen un refugio cierto al sufrimiento de la condición humana. Aquí, en mitad del samsara, ocurre de todo. Pero para quien quiera huir del sufrimiento ni siquiera los Himalayas están suficientemente lejos.

Vuelvo a citar a Alonso Ufano, según escribe en el nº 1 de los cuadernos de Seiku-Ji, lo importante es el “salero” con que algunos consiguen levantarse de las caídas. Brazier también señala que esta capacidad de afrontar los dolores, las dificultades y las pasiones propias de la vida humana, que tuvieron o que tienen Buda y otros muchos es un motivo de inspiración para todos.



Esta pequeña reproducción en arcilla la compré en Sarnath. Ahora adorna y bendice la casa, y es también la imagen de mi fondo de escritorio en la pantalla del ordenador.

El monacato o la soltería

Ciertos enigmas entorno a los monjes o al monacato como tradición y como institución se presentan ante nuestra curiosidad y, a la manera típica de Occidente, echamos un vistazo a la historia para tratar de resolverlos. Para empezar ¿quiénes son y por qué hay monjes? ¿por qué los monjes fueron tradicionalmente solteros? ¿y por qué en algunas tradiciones, como la Zen, ahora, sin embargo, están también casados?

Respecto al pasado remoto priman las hipótesis, y de vez en cuando también hay algunas noticias o datos donde sustentarlas. Las hipótesis nos dicen que el monacato comenzó en la India como institución sólida con Gautama Buda y con el jainismo, tal vez a partir de modelos previos. Más tarde desde el subcontinente se extendió hacia otros lugares de Asia y luego hasta Europa. Con Occidente el vínculo lo constituyen probablemente los esenios. El contacto del budismo con Oriente Medio y con Europa están documentados, por el lado indio, en algunas estelas de Ashoka quien, según se afirma en ellas, envió embajadores del Dharma hacia Mesopotamia, Egipto y Grecia. De los esenios dice Flavio Josefo que viven sin mujeres entre los palmerales de la costa occidental del Mar Muerto. “Se renuevan de continuo merced a la incesante corriente de refugiados que acuden a ellos en gran número, hombres hastiados de la existencia a quienes las vicisitudes de la fortuna impulsaron a adoptar tal género de vida. Así, a través de miles de siglos, por increíble que parezca, un pueblo se ha perpetuado en un lugar donde nadie ha nacido”. A parte de las más que probables influencias de los esenios sobre el cristianismo, lo que sí es seguro es el que el monacato cristiano se origina también en aquellas mismas tierras de Palestina y Jordania, tal vez, como dijimos, a partir de un remoto principio o modelo budista.

¿Y qué hay del origen del monacato en la India? La palabra “monje” viene del vocablo griego “monakhós” que significa “solitario” o más bien “soltero”, pues a diferencia de los anacoretas que, según su etimología griega, quiere decir “retirado”, los monjes suelen tradicionalmente vivir reunidos en comunidades monásticas. En la India había entre los brahmanes cuatro estados: “brahmacharya” o joven soltero estudiante, el “grhastha” o residente en la casa, o sea, el padre de familia, que se jubila más tarde, una vez cumplidas sus responsabilidades, como “vanaprastha” o retirado en el bosque, donde alcanza luego el grado de “samyasa” o renunciante y “bhiksu” si mendicante. En sus principios monacato budista o jaina parece pasar directamente del primer estado a los últimos, saltándose el tránsito por la vida de familia.

Para terminar, según las noticias históricas de que dispongo, el celibato terminó entre el clero budista de Japón por una decisión política, la que tomaron las autoridades Meiji a finales del siglo XIX. Dentro de su programa de apertura a Occidente y al mismo tiempo de nacionalismo, con el objeto de poner distancias respecto a las tradiciones del Shogunato Tokugawa, el gobierno imperial decidió abrazar el Shinto, destruyeron templos budistas, forzando a monjes y monjas a iniciar vida secular y obligando al clero a casarse.

Puesto que el monacato en Japón y en otros lugares siguió y sigue existiendo más allá del celibato, queda claro que, a la postre, la soltería tampoco definía o define al monje.


Este artículo fue publicado en el nº1 de los Cuadernos de Seikyuji.