Londres, 30-8-2005
Un viaje a la India no es a poco un viaje astral pero se le parece. El viaje remonta desde Toro, a orillas del Duero: Salgo a pie tras cerrar la cancela de casa, sigo en bus hasta Madrid, y en metro hasta Barajas y en avión hasta Londres. Raros son los aviones medio vacíos en este tiempo de bombas impensadas. Taxis y hoteles de aeropuerto completan el aderezo del viaje moderno. Antes tenían la aventura, ahora tenemos la técnica.
Ya me gustaría viajar astral como Monroe y tantos otros, salvo que de viajar astral uno no se va a la India, sino directo al paraíso de los devas, por lo menos. Debe ser algo así como cuando en una feria se le escapa a un niño un globo. Remontan arriba hasta donde la mirada no alcanza.
Aparte de eso, para practicar Yoga es necesaria la bendición de un cuerpo terrestre y material, por mucho que queramos decir o zafarnos de él. Ya dije que el cuerpo, por mucho que en ocasiones nos dé la lata es algo simpático y bueno.
A propósito de los Yoga Sutras leí reflexiones semejantes en un filósofo: ¿Por qué existe el proceso o el desarrollo entre el principio y el final del camino? Si lo que se trata es de purificarnos en los avatares de este mundo, Dios nos podría tranquilamente haber ahorrado el trabajo. Pues no, el camino debe de ser andado en cuerpo, transitado en taxi o transido en aviones. Por eso, y por lógica, en términos metafísicos, el alma necesita un cuerpo donde evolucionar y cuidar con descanso y buenos alimentos y ejercitándolo con el Yoga, por ejemplo.
(Delhi 31-8-05)
Mientras transcribo estas notas recibo un correo de Jorge diciéndome que está en Delhi y dónde encontrarlo. Nos encontramos en Varanasi por coincidencia y ya más de una vez no hay forma de encontrarnos a propósito. Me marcho a buscarlo.
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