Mientras almorzábamos en Delhi me contaba Jorge la siguiente historia:
Había un anciano masajista ayurvédico en Benarés que daba masajes en un pequeño kiosco junto a las orillas del Ganges. Yo mismo tuve la oportunidad de que me diera un masaje magnífico, a mi parecer, el mejor que haya recibido. Era extremadamente delgado, parecía casi el Buda de la escultura aquella que lo retrata en sus años de ayuno, cuando apenas era algo más que un esqueleto. Sin embargo el masaje resultaba extrañamente enérgico. Entre tanto uno escuchaba el murmullo del río y las interminables y altisonantes discusiones de los barqueros gangeáticos, que por allí tenían su pantalán de botes.
Me contó Jorge que el anciano luego murió en una absurda caída en las escalinatas que conducían desde su kiosco al río. Muchos indios sueñan con ir al Ganges a morir, sueño que este anciano masajista en tan raro modo había cumplido.
También me dijo Jorge que un año antes, después de un masaje tan reparador como de costumbre, le había preguntado cómo le encontraba de salud. El anciano le respondió que bien, sólo que iba a padecer tal dolencia, pero que los cirujanos de nuestro país se lo iban a resolver sin problemas. Como puede comprenderse, Jorge se quedó sorprendido, sobre todo por el tono despreocupado con que el anciano le comentó el asunto. Y se quedó más sorprendido aún cuando el diagnóstico o el vaticinio se reveló como cierto, así como la cura anunciada, afortunadamente, también. Y no es que el anciano masajista fuera capaz de predecir el futuro sino que más bien, por prodigioso que pueda parecer, era capaz de leer los cuerpos o la energía emanada de los cuerpos.
Hoy en día hay hasta libros sobre esta habilidad, como los de Calorine Myss. Y personalmente cuento con Mercedes, la masajista de shiatsu que atiende a toda la familia, cuyos diagnósticos son asombrosamente certeros. Todos estos casos parecen desafiar la lógica habitual, si bien es verdad que la lógica habitual es tan roma que cualquier cosa la desafía, sin ir más lejos los diagnósticos de los médicos tradicionales tibetanos y ayurvédicos. Los occidentales se quedan pasmados cuando nada más aparecer por la puerta de la consulta, estos prácticos son capaces de hacerles a simple vista una revisión bastante completa de su estado de salud.
Y no es que sean diestros en este arte sutil de leer las emanaciones energéticas de los cuerpos, sino que son capaces de leer signos físicos perfectamente catalogables, y que hasta un lego es capaz luego de identificar si se los explican.
Esto me recuerda a los cuentos sufis donde las aparentes videncias son explicadas luego en términos simplemente racionales, como lectura detectivesca de indicios
Además de la lectura intuitiva de energías y la visual de signos existe la “lectura táctil” que es algo así como un braille de las condiciones actuales del cuerpo.
En efecto, los buenos masajistas ayurvédicos así como los de shiatsu reconocen en los puntos y líneas energéticas del cuerpo la salud de los órganos internos. A estas líneas se las conoce en la cultura tradicional india como “nadis”, y a los puntos energéticos como “marmas”. Para descartar la existencia de tales centros y canales se ha aducido que la anatomía o la autopsia no los detecta, pero lo verdaderamente milagroso sería que los detectara, pues se trata de energía vital, cosa de lo que un cadáver usualmente carece. Para establecer una comparación, encontrar nadis o marmas en una anatomía o autopsia sería algo así como encontrar electricidad destripando un cable conductor separado de su fuente de alimentación. Por su parte, para atestiguar su existencia, hay importantes argumentos empíricos. Por ejemplo, ¿por qué en los ataques cardíacos duele el brazo izquierdo? Justo duele todo el meridiano cordial que recorre ese brazo hasta el dedo “corazón” precisamente. Igual ocurre con los otros órganos y meridianos. El masajista ayurvédico y el de shiatsu detecta de manera táctil los problemas que puedan manifestarse en esos puntos y líneas exteriores al órgano afectado. Al ser presionados ligeramente el paciente experimenta dolor en zonas que no han recibido golpes o han realizado movimientos intensos o bruscos. De modo significativo, es masajeando sabiamente esos centros y canales energéticos doloridos como se facilita la curación progresiva del paciente.
Caroline Myss establece en sus libros la ecuación de que la biografía se plasma en la biología. De ahí que los sanadores intuitivos sean capaces de “leer” las vidas de los pacientes en sus cuerpos, tanto el pasado como las tendencias de futuro. Le falta a esta autora llegar a la ecuación que sin duda circula en el otro sentido: La acción física puede plasmarse en la biografía. Con esta posibilidad, es en gran medida con lo que trabaja algún tipo de meditación, como la Vipassana, y también el Yoga. El meditador de Vipassana examina los “samkaras” o manifestaciones del inconsciente que se “almacenan” en las sensaciones de su cuerpo. Los maestros de Yoga son capaces de “leer” en la posición física de sus alumnos deficiencias estructurales que están asociadas al bienestar del cuerpo, o a la sensación de bienestar de la mente respecto al cuerpo. Por extraño que pueda parecer, el profesor de yoga experimentado puede conocer “desde fuera”, en algún sentido, aspectos físicos del alumno que éste, “desde dentro”, de momento desconoce. Y puede proponer soluciones mediante la práctica de ejercicios que mejoren no sólo sus condiciones físicas, sino también su sensación de bienestar. Durante este proceso puede producirse una manifestación en la conciencia o conocimiento. En este sentido el cuerpo es “el inconsciente” de cada persona. O dicho de otro modo, el “inconsciente” se “almacena” en el cuerpo.
También, por su parte, el maestro de meditación (sobre todo los de zazen), pueden “leer” en la postura meditativa de sus discípulos el estado actual de su mente. La posición de la barbilla, las manos o la espalda, sus movimientos por pequeños que sean en ocasiones dice más de la evolución en la mente del meditador que cualquier relato introspectivo que éste haga. A un nivel práctico, en cierto modo, los maestros de meditación Zen pueden ajustar la mente de sus discípulos corrigiendo la posición que adopta su cuerpo durante las meditaciones.
Volviendo al asunto de los diagnósticos ayurvédicos, en ocasiones el misterio reside más en la manera de expresar los fenómenos que en éstos mismos. Es como cuando se habla del “prana”, del “fuego”, de los “aires sutiles”, etc. para referirse tal vez a la energía, el metabolismo y la capacidad de movimiento, respectivamente, entre otros muchos conceptos. Cuando Ricardo se encontraba particularmente débil y vulnerable ante las enfermedades tras un largo y estricto retiro de meditación, acudió a la matriarca de una conocida dinastía de masajistas de Rishikesh. Tras un masaje ayurvédico, ésta determinó que sus trastornos provenían de “tener el ombligo fuera de su sitio”. Dicho así la cosa parecía relacionada con una cirugía estética o una liposucción poco afortunada. Quizá si la anciana se hubiera expresado en su lengua vernácula en vez de en su rudimentario inglés habría hablado de “fuego” o de “manipura”, y si lo hubiéramos dicho en nuestro lenguaje, habríamos mencionado trastornos o deficiencias gástricas o metabólicas. Tras algunos masajes, la práctica del Yoga y una dieta enriquecida con abundante fruta y yogurt, Ricardo recuperó rápidamente su vigor acostumbrado.
Otra habilidad de los prácticos ayurvédicos es la de “leer” o auscultar el pulso de sus pacientes. Tocan con la yema de los dedos las arterias de la muñeca. Y no se trata simplemente de que cuenten las pulsaciones, ni siquiera de que conozcan a través de ellas el estado del corazón o la circulación, sino que por el tacto de las pulsaciones determinan el estado general de la salud de una persona y diagnostican los posibles problemas.
Para terminar este artículo con su pizca de humor, voy a contar una historieta que aparece en uno de los libros de Svoboda, y que trata sobre la destreza en este arte: Dicen que un rey de la India era tan celoso que, en vez de permitir al médico ayurvédico tocar el pulso de la reina, ataba a la muñeca de ésta un cordón y sólo le daba a aquél licencia para, tras una cortina, reconocer el pulso sosteniendo el otro extremo del cordón.
Un día el rey, para probar la habilidad del médico, en vez de atar el cordón a la muñeca de la reina, lo ató a la pata de una búfala preñada que tenía en el establo.
–¿Qué tal se encuentra la reina? – preguntó el rey.
–Enhorabuena, majestad –respondió el médico– . La reina está esperando una saludable cría de búfalo.
Este artículo fue publicado en una versión algo más amplia en la edición impresa del nº6 de la Revista Dharma
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