jueves, octubre 25, 2012

Yoga y masaje: Una oración silenciosa que dice me amo, me acepto, me atiendo.




Sentir el propio cuerpo es ser honestos con nosotros mismos, es observar cuáles son nuestras necesidades, cuáles nuestros sentimientos. Si atendemos al cuerpo vamos a la raíz, nos descubrimos en  nuestra forma más sencilla y genuina. El encuentro con el propio cuerpo es una oportunidad de acercarnos a nosotros mismos, de atendernos y asistirnos en nuestras carencias. Tomar contacto con la respiración, con los latidos de nuestro corazón, con las sensaciones que habitan en cada rincón de la carne, de los huesos, de la piel. Sentir, nuestros abdomen, las costillas expandiéndose, relajar los hombros y el cuello, la mandíbula, dejar que el rostro descanse, deje de sostener la máscara de las emociones y las preocupaciones y se distienda, feliz y despreocupado. Sonreír. Respirar amplia, libremente y soltar, rendirnos, parar. Necesitamos parar, dejar de sentir que la vida nos lleva en volandas y detenernos a vivirla, a sentirla, a disfrutarla, y eso suelo puede hacerse a través del cuerpo, amándolo , aceptándolo y atendiéndolo.




A través del yoga se evidencian nuestros hábitos, nuestra rigidez y nuestra estructura. Cuando uno practica por vez primera, o después de largo tiempo sin practicar, lo primero que acude a la mente en una otra forma es el pensamiento tipo estoy-hecho-polvo-me-tengo-que-cuidar. El yoga nos conecta siempre con lo que necesitamos, y si uno profundiza un poco más, con los sentimientos asociados a esa necesidad. Por supuesto podemos mirar para otro lado, dejar de practicar y entrar de nuevo en la vorágine del "non-stop" y "tiro pa'lante". Pero si uno sigue ahí, a pesar de las fluctuaciones de la constancia y de la motivación, si uno sigue practicando, es muy probable que el yoga se transforme una forma de oración silenciosa donde uno está conectado a lo que necesita y a lo que siente, y cada movimiento, cada inhalación y cada exhalación se convierten en una invocación, un canto a la vida, a la plenitud, al contento y la sabiduría. Si uno sigue practicando, es muy probable que la práctica irradie su benéfica influencia en cada ámbito de la vida, en nuestras relaciones, en nuestro trabajo, en nuestra forma de ser  y de estar, y toda nuestra vida será un canto a la vida, una oración silenciosa de amor, aceptación y ternura.



A través del masaje, dejamos que sea la vida, a través del contacto con otro ser, la que nos cuide y nos atienda. El hecho de que un masaje sea completamente efectivo depende de dos personas, el que lo da y el que lo recibe, y en este sentido es una danza, una manifestación de las fuerzas orgánicas del dar y el recibir. Confiar, rendirse, soltar, entregarse en las manos de la vida, dejar de resistirnos y ser capaces de recibir lo que la vida tiene para nosotros, dejarnos cuidar y atender. Sentimos el dolor, o la tensión, la aceptamos y exhalamos, y en cada exhalación nos hacemos más libres, más suaves y felices. Las manos sanadoras estimulan nuestro sistema inmunológico, mejoran el flujo sanguíneo, nos ayudan a drenar líquidos y grasas, nos descontracturan, nos vuelven tiernos e inocentes. Nuestro rostro se vuelve relajado, luminoso y afable. Las preocupaciones se alejan, las emociones afloran, nos permitimos reír, o llorar, sonreímos porque nos enternecimos, nos volvimos indefensos, vulnerables y fuimos atendidos con amor y respeto.  El masaje,  a través de la constancia y la dedicación también se vuelve una práctica, y en el mismo sentido que el yoga, se transforma en una oración silenciosa que dice me amo, me acepto, me atiendo. Es una práctica saludable, de amor, y una forma de decirle a la vida que estamos dispuestos a rendirnos, a relajarnos y a recibir.

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Rafael Medina
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