Aceptar el Paraíso en el nº 120 de la revista Psioclogía Práctica en abril de 2009
ACEPTAR
EL PARAÍSO
En
un viaje que inicié en Bombay, me propuse dejar un poco mi habitual
visita al ajetreado norte y el abarrotado Ganges y pasear
tranquilamente por las playas del sur de la India.
Conocida es la estampa de los folletos que dan en las agencias de viaje, donde debajo de un cocotero te esperan un par de hamacas y una mesita con copas de zumos de frutas. En verdad existían las playas de arenas claras con aquellas hamacas y aquellos zumos esperándote bajo los cocoteros, pero una vez hecha la foto poco más podías hacer que sestear indolente o darte un chapuzón en las aguas caldosas.
Al poco rato me veía en un viejo expreso camino del sagrado Ganges. Esto me recuerda a la opinión espiritualista, según la cual, nadie es condenado al infierno ni premiado con la dicha eterna, sino que cada cual está donde quiere estar. Según las filosofías de oriente, el karma no es aquello de que te toque la lotería o te caiga una maceta de un balcón, sino que cada cual va buscando su lugar y su destino.
Desde
hace tiempo he reconocido que la cosa del paraíso es más un estado
psicofisico o incluso espiritual. Y quien se ve atormentado por sus
ideas no halla reposo ni siquiera entre lujos asiáticos. Del mismo
modo que el feliz consigo mismo, lleva ese goce donde quiera que se
halle. O cada cual eso mismo por ratos. Parafraseando a Cervantes que
en voz del Quijote decía que la mejor salsa es el hambre, pues
sucede también que el mejor colchón es el cansancio relajado y el
sueño. Por eso tanto más descanso se halla sobre una simple
esterilla en suelo duro después de una buena sesión de yoga que en
las famosas hamacas de Goa bajo la sombra de los cocoteros.
Aceptar
el contento, la felicidad, el bienestar y, en suma, el paraíso
interior, requiere valor. Por lo general las personas nos apresuramos
a emplear cantidades enormes de energías en estados tormentosos de
carencia. Pero cuando la tormenta concluye no sabemos qué hacer ni
cómo conducirnos en la calma.
A
veces por algún motivo preciso, pero en otras ocasiones sin una
causa concreta experimentamos la felicidad y la alegría. Se presenta
ese sentimiento o sensación como un goce del mero existir, de
recibir el sol tibio o la brisa suave en la piel, caminar silbando o
tatareando una canción, sonreír y ser sonreído. Este contento es,
a mi modo de ver, más o menos la “santosha” de que hablaba el
legendario yogui Patanjali, y no un mero resignarse a lo que venga.
Si se observa con detenimiento, se reconocerá que tales estados de
bienestar están asociados a una respiración, particularmente a una
inhalación espaciosa, fácil y libre. Si sólo fuéramos capaces de
lograr esa respiración y, en consecuencia, esa calma, habríamos
conseguido uno de los más importantes logros de la práctica del
yoga.
Me
parece crucial atreverse a aceptar el agrado y las sensaciones de
bienestar, particularmente las que pueda traernos nuestra práctica
de las asanas o la meditación. Como en la famosa fábula del
filósofo Nietzsche, no nos ocurra como al camello, dispuestos a
aceptar cualquier dolor o carga, sino seamos como leones que se
sacuden de la chepa los prejuicios y luego como niños capaces de
disfrutar sin preconceptos de los goces que su vida sencilla nos
brinda. Aparte de que, según tengo leído en algún tratado de
psicología, el placer o las sensaciones de bienestar (como las que
se producen en el ejercicio del yoga), son muy convenientes para
establecer conexiones neuronales relativas a sentimientos y
voliciones de paz y armonía, que corresponde a la no violencia, al
“ahimsa” yóguico.
En
la meditación vipassana, de la tradición budista therevada, cuando
se ha relajado el practicante de lo más arduo de la práctica, y se
experimenta el consecuente bienestar y agrado, se dedican todo los
beneficios que se hayan podido recibir a todos los seres. Tal cual es
conveniente aceptar el gozo, el placer interior que se logre para
después ofrecerlo a todos los seres sintientes o a todo el universo.
Es como la costumbre de los lamas tibetanos que aceptan un regalo con
una mano y con la otra, a su vez, vuelven a regalarlo. Teniendo en
cuenta el ideal budista del bodhisatva, que quiere hacer pasar a
todas las criaturas antes que ellos a la iluminación, es importante
ser capaces de acoger plenamente y con valor los estados de felicidad
que la vida nos brinda. Esto es el buen karma. Para recibir dones y
regalos, primero es preciso ser capaz de aceptarlos.
Joaquín García Weil
http://yogasala.blogspot.com
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