lunes, abril 22, 2013

(7) Artículos de Joaquin G Weil: ACEPTAR EL PARAÍSO

Aceptar el Paraíso en el nº 120 de la revista Psioclogía Práctica  en abril de 2009


ACEPTAR EL PARAÍSO

En un viaje que inicié en Bombay, me propuse dejar un poco mi habitual visita al ajetreado norte y el abarrotado Ganges y pasear tranquilamente por las playas del sur de la India.

Conocida es la estampa de los folletos que dan en las agencias de viaje, donde debajo de un cocotero te esperan un par de hamacas y una mesita con copas de zumos de frutas. En verdad existían las playas de arenas claras con aquellas hamacas y aquellos zumos esperándote bajo los cocoteros, pero una vez hecha la foto poco más podías hacer que sestear indolente o darte un chapuzón en las aguas caldosas.

Al poco rato me veía en un viejo expreso camino del sagrado Ganges. Esto me recuerda a la opinión espiritualista, según la cual, nadie es condenado al infierno ni premiado con la dicha eterna, sino que cada cual está donde quiere estar. Según las filosofías de oriente, el karma no es aquello de que te toque la lotería o te caiga una maceta de un balcón, sino que cada cual va buscando su lugar y su destino.

Desde hace tiempo he reconocido que la cosa del paraíso es más un estado psicofisico o incluso espiritual. Y quien se ve atormentado por sus ideas no halla reposo ni siquiera entre lujos asiáticos. Del mismo modo que el feliz consigo mismo, lleva ese goce donde quiera que se halle. O cada cual eso mismo por ratos. Parafraseando a Cervantes que en voz del Quijote decía que la mejor salsa es el hambre, pues sucede también que el mejor colchón es el cansancio relajado y el sueño. Por eso tanto más descanso se halla sobre una simple esterilla en suelo duro después de una buena sesión de yoga que en las famosas hamacas de Goa bajo la sombra de los cocoteros.

Aceptar el contento, la felicidad, el bienestar y, en suma, el paraíso interior, requiere valor. Por lo general las personas nos apresuramos a emplear cantidades enormes de energías en estados tormentosos de carencia. Pero cuando la tormenta concluye no sabemos qué hacer ni cómo conducirnos en la calma.

A veces por algún motivo preciso, pero en otras ocasiones sin una causa concreta experimentamos la felicidad y la alegría. Se presenta ese sentimiento o sensación como un goce del mero existir, de recibir el sol tibio o la brisa suave en la piel, caminar silbando o tatareando una canción, sonreír y ser sonreído. Este contento es, a mi modo de ver, más o menos la “santosha” de que hablaba el legendario yogui Patanjali, y no un mero resignarse a lo que venga. Si se observa con detenimiento, se reconocerá que tales estados de bienestar están asociados a una respiración, particularmente a una inhalación espaciosa, fácil y libre. Si sólo fuéramos capaces de lograr esa respiración y, en consecuencia, esa calma, habríamos conseguido uno de los más importantes logros de la práctica del yoga.

Me parece crucial atreverse a aceptar el agrado y las sensaciones de bienestar, particularmente las que pueda traernos nuestra práctica de las asanas o la meditación. Como en la famosa fábula del filósofo Nietzsche, no nos ocurra como al camello, dispuestos a aceptar cualquier dolor o carga, sino seamos como leones que se sacuden de la chepa los prejuicios y luego como niños capaces de disfrutar sin preconceptos de los goces que su vida sencilla nos brinda. Aparte de que, según tengo leído en algún tratado de psicología, el placer o las sensaciones de bienestar (como las que se producen en el ejercicio del yoga), son muy convenientes para establecer conexiones neuronales relativas a sentimientos y voliciones de paz y armonía, que corresponde a la no violencia, al “ahimsa” yóguico.

En la meditación vipassana, de la tradición budista therevada, cuando se ha relajado el practicante de lo más arduo de la práctica, y se experimenta el consecuente bienestar y agrado, se dedican todo los beneficios que se hayan podido recibir a todos los seres. Tal cual es conveniente aceptar el gozo, el placer interior que se logre para después ofrecerlo a todos los seres sintientes o a todo el universo. Es como la costumbre de los lamas tibetanos que aceptan un regalo con una mano y con la otra, a su vez, vuelven a regalarlo. Teniendo en cuenta el ideal budista del bodhisatva, que quiere hacer pasar a todas las criaturas antes que ellos a la iluminación, es importante ser capaces de acoger plenamente y con valor los estados de felicidad que la vida nos brinda. Esto es el buen karma. Para recibir dones y regalos, primero es preciso ser capaz de aceptarlos.

Joaquín García Weil
http://yogasala.blogspot.com

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