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¿Existen virus emocionales?
¿Podríamos definirlos como enfermedades sociales que afectan a millones
de personas y que perjudican tanto la salud física como la emocional?
Sí, sí que existen, son muchos y
variados, invisibles, silenciosos, silenciados, tal vez les conozcamos
por otros nombres, tengan diferentes consecuencias y efectos, pero la
realidad es que, al igual que en los virus biológicos, su capacidad de
contagio es enorme, el alcance que tienen es inmenso y el preparar
nuestro sistema inmune para defendernos de ellos es un trabajo arduo y
complejo.
Desde Mente Libre, nos gustaría ir repasando, poco a poco, los principales virus emocionales que afectan a nuestra sociedad. Hoy vamos a hablar de uno de los más dañinos, contagioso y descontrolado que existe: el de la competitividad.
Desde nuestra niñez, incluso en
ocasiones desde antes de nacer, la familia, la sociedad, los medios de
comunicación, los dibujos, los cuentos, nuestro entorno, la escuela y
nuestros padres nos lanzan, sin paracaídas (defensas emocionales), a la
rueda de la competitividad. Tenemos que ser los bebés más regordetes,
los niños más esbeltos, más graciosos, más estudiosos, más rápidos, que
mejor comemos, que mejor nos portamos, más maduros, más, más, más, etc. Esta
tendencia a competir en todos los ámbitos de nuestra vida, si no nos
liberamos de ella, seguirá en nuestra edad adulta dictando nuestros
pasos. Vivimos en pareja, en familia, pero seguimos
comparándonos con los vecinos, los primos, los hermanos, si tenemos el
mejor trabajo, el mejor remunerado, el más prestigioso, el coche más
grande y pesado, el cuerpo más esbelto, la ropa de mejor marca, el
equipo más laureado, el país más rico, somos las mejores madres, los
mejores padres, los más, los más, los más, etc.
El virus de la competitividad, inoculado
desde nuestra más tierna infancia, nos arrastra a ser niños y adultos
ansiosos e infelices. Si constantemente tenemos que medirnos con los demás, en ninguna actividad de nuestro día a día podremos tener sosiego.
Siempre va a haber alguien con más dinero, más delgado, más rápido, más
rico, socialmente visto como más hermoso, más triunfador, más
inteligente, etc. Somos siete mil millones de seres humanos; competir
contra este ingente número de personas es absurdo.
Si sufrimos el virus de la
competitividad, ni siquiera podemos estar tranquilos con nosotros
mismos, puesto que nos empuja a forzarnos y querer ser mejores que
nosotros en situaciones en las que deberíamos haber sido conscientes de
nuestra realidad. ¿Qué llevo a una embarazada de siete meses a querer
correr una Maratón? ¿Qué llevó a esa mujer a presionar tanto la máquina,
a no ser consciente de que en un estado tan avanzado del embarazo un
esfuerzo físico tan extremo era perjudicial para su bebé y para ella? Al
final, el parto se adelantó y el bebé nació de forma prematura ¿por
qué?
Competir contra nosotros mismos no es
sano, nos fuerza por el mero hecho de conseguir un premio, ser el mejor.
Sin embargo, sí que podemos y debemos buscar nuestra evolución
personal. La clave no está en competir contra nosotros por ser los
“mejores”, sino en esforzarnos, centrarnos en el proceso, en el
desarrollo de nuestros dones y talentos para realizarnos, para madurar,
para encontrar nuestro propio equilibrio, para ser nosotros mismos, para
conocernos. La vida es un camino de crecimiento personal en el que día a día vamos cambiando. La persona que fuimos ayer es diferente a la que ahora está leyendo este artículo y ésta, es otra de la que será mañana.
Nuestra sociedad vive presa de la
ansiedad, de la desigualdad, de la frustración y la insatisfacción. Si
desde nuestra niñez pudiéramos crecer según nuestro continuum, sin estar
siempre siendo presionados, comparados y compitiendo contra los demás
niños. Si pudiéramos evolucionar siguiendo nuestro propio desarrollo, a nuestro propio ritmo basado en nuestros propios hitos evolutivos e intereses, nos convertiríamos en adultos más sanos, asertivos y equilibrados, más seguros de nosotros mismos, con una autoestima más alta y sobre todo, más empáticos, altruistas y dispuestos a cooperar.
Hoy en día, no es infrecuente conocer a
personas frustradas por no ser felices en sus trabajos, algunos por
necesitar trabajos más estimulantes y creativos, otros por no tener
tiempo para la familia, para tener una vida personal ajena al trabajo,
otros por sentirse desbordados o por no sentirse estimulados
intelectualmente, etc. Si estas personas hubieran crecido apoyadas,
acompañadas sin presiones competitivas absurdas y respetadas en sus
propios ritmos e intereses, no habrían tenido ninguna dificultad para
reconocer sus propias necesidades emocionales e intelectuales, y
llegados a la edad adulta, podrían haber buscado una actividad laboral
más satisfactoria y afín a sus propios talentos.
No todos tenemos que ser astronautas,
médicos, notarios o, como con tanta agudeza comentaba Ken Robinson en
una de sus conferencias, profesores universitarios. Si pensamos que para
realizarnos tenemos que tener mucho dinero, mucho éxito o ser
reconocidos socialmente, volvemos a entrar en la rueda de la
competitividad. Tenemos que vivir como nos dicten nuestras propias
necesidades internas. Tenemos que curarnos del virus de la
competitividad, librar de él a nuestros hijos y tratar de vivir en
armonía con nosotros mismos.
Todos nacemos con nuestros dones y
talentos particulares, si en vez de medirnos continuamente con las
capacidades de los demás, que siempre serán las suyas particulares,
desarrollamos, sin presiones, las nuestras, para con posterioridad,
cooperar y cada uno de nosotros aportar nuestros talentos, viviremos en
una sociedad menos enferma.
Si nos sentimos realizados y
satisfechos, somos conscientes de nuestras cualidades y asumimos
nuestras sombras, si dejamos de lado, envidias, celos y egoísmos,
cooperando, lograremos franquear nuestros propios límites, saltar
nuestros propios muros y evolucionar juntos para lograr una sociedad más
justa para nuestros hijos.
Antes de finalizar me gustaría realizar una pequeña aclaración. El
hecho de no crearle a nuestros hijos la necesidad de competir no les
hace vivir en un mundo artificial exento de problemas o frustraciones,
en una burbuja, como piensan o insinúan muchos detractores de la
crianza con apego. Todos, incluidos los bebés y niños, nos frustramos,
cometemos errores, fallos, nos desilusionamos, sufrimos pérdidas. La
cuestión está en acompañar a nuestros hijos de forma respetuosa,
haciéndoles comprender que todos nos equivocamos y cometemos errores,
también ellos, lo que no les hace ser mejores o peores. Tenemos que
dotarles de herramientas y acompañarles para que aprendan a asumir las
pérdidas, a afrontar la frustración, a buscar, con los recursos que
poseen y van adquiriendo con la madurez, la solución a sus problemas y
conflictos de forma asertiva, creativa, imaginativa. Un error no es un
fracaso, sino una nueva posibilidad de buscar otra manera de realizar lo
que estamos haciendo o de encontrar nuevas formas para resolver
nuestros problemas o conflictos. Aprendemos experimentando,
equivocándonos, no queriendo ganar o ser los mejores en todo. El fin es
la búsqueda, no el premio.
Tenemos que librarnos y liberar a
nuestros hijos de comparaciones, de medidas, de la dictadura del “más” y
“mejor”, estas etiquetas e imposiciones sólo aportan baja autoestima e
infelicidad.
La vida es el camino, no la meta.Texto: Elena Mayorga
Ciclo de charlas sobre Educación Emocional en la Crianza.
Para lograr un apego seguro con nuestros hijos, tenemos que acompañar a los niños en su desarrollo y en su crecimiento de forma respetada y respetuosa, no sólo hacia sus ritmos y requerimientos físicos, sino también, hacia sus necesidades emocionales y psicológicas. Problemas como los de las violencias, la competitividad, los límites, que llevan aparejados enormes perjuicios y consecuencias negativas, son muy habituales en nuestra sociedad.
Para comprender mejor a nuestros hijos, despejar dudas y aprehender herramientas útiles para su crianza, os presentamos esta serie de charlas-coloquio a impartir en Málaga.
A beneficio de la Asociación Montessori Málaga
- “Violencias explícitas y sutiles en la crianza y sus repercusiones” 17 de Mayo
Analizaremos los distintos tipos de violencia que pueden sufrir los niños, desde las más explícitas hasta las más sutiles y desapercibidas. Tanto padres como educadores debemos ser conscientes de las consecuencias a corto, medio y largo plazo de las violencias para cortarlas y que estas no afecten negativamente a los pequeños.
- “Crianza cooperativa, no competitiva” 31 de Mayo
Tenemos que librarnos y liberar a nuestros hijos de comparaciones, de medidas, de la dictadura del “más” y “mejor” a las que ven sometidos continuamente., Las etiquetas e imposiciones impuestas por esta sociedad competitiva sólo aportan baja autoestima e infelicidad. ¿Cómo evitar que los niños entren en la rueda de la competitividad?
– “Límites en la crianza de los hijos. Controversias y propuestas” 22 de Junio
Buscaremos el equilibrio entre el exceso de límites de algunas corrientes educativas y la ausencia total de ellos. ¿Qué son los límites? ¿Debemos ponerles límites a nuestros hijos? ¿Cuáles son los adecuados? ¿Cuándo son excesivos los límites?
En "La Noria" (al lado del Hospital Materno-Infantil). C/ Arroyo de los Angeles 50.Málaga. 29011
Viernes 17 de mayo, 17:15h
Más Info:
http://montessori-malaga.com/
+Info:montessorimalaga @ gmail.com
También en facebook: "Escuela Montessori Malaga"
Apoya con tu presencia o difusión este gran proyecto.
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