Un breve acercamiento al concepto del perdón
La palabra perdón, como todas las palabras, conlleva una experiencia, una referencia. El uso que se le ha dado a esta palabra en nuestra cultura está relacionado, por una parte, con la decisión de abandonar el sentimiento de ira ante una ofensa o perjuicio. Y por otra, tiene que ver con el concepto religioso del pecado y de cómo el perdón exime del castigo asociado.
El primero de los casos tiene mucho que ver con un acto social de reconciliación, mediante el cual se pretende recuperar la concordia y la amistad con otra persona. En el otro, en la vertiente religiosa del perdón, se manifiesta la propia culpa por haber obrado de forma contraria a los mandatos y designios establecidos en la doctrina de esa religión. Así, con el perdón, se expía la culpa y se recupera el llamado estado de gracia.
Así es como, en líneas muy generales, acostumbramos a entender el perdón, y es por ello que para muchas personas exista cierta resistencia o rechazo hacia la palabra, otras lo empleen de manera un tanto predeterminada y condicionada, y otras puedan llegar a manejarlo como un medio de encontrarse más a gusto con uno mismo y con los demás.
Todas las variantes del perdón contienen de una forma más o menos manifiesta un anhelo, el de soltar todo aquello que me limita y encontrar sosiego en mi interior. De modo que, abstrayendo lo realmente esencial, el perdón se convierte en una promesa de Paz y de Libertad. Paz en mi mente y Libertad sobre las emociones que los actos y/o actitudes de otras personas, hechos o circunstancias provocan en mí.
Todo conflicto proviene de una interpretación de un hecho, y esa interpretación no es más que el resultado de un conjunto de juicios basados en mi particular manera de entender la realidad. ¿Y dónde se elabora todo este movimiento? En mi mente pensante, en mis diálogos y en mis discursos internos. Todo conflicto, por lo tanto, me aleja de la paz en mi mente.
Por otra parte, unido al conflicto y a los juicios se encuentra la condena, que habitualmente manejamos como culpa. Es decir, si otra persona ha hecho algo que me ha perjudicado la considero culpable de que yo me sienta así de mal. Quiere decir esto que dependiendo de cómo discurra el mundo a mi alrededor (personas o sucesos) me sentiré en paz o sentiré algún tipo de rabia, ira o resentimiento. Mi mundo emocional se condiciona a lo que pase fuera.
El perdón es una manera diferente de mirar todo esto. Perdonar es decidir llevar a cabo un cambio de percepción, una nueva mirada basada en la comprensión, la aceptación y el amor. Una mirada que rompe fronteras y me abre a un campo ilimitado de posibilidades, muy alejado del concepto programado de juicio, condena, culpa y castigo; en resumen, del sufrimiento.
El perdón es un acto íntimo que nada tiene que ver con la persona o los hechos que aparentemente han causado en mí el conflicto. Es un proceso interior mediante el cual retorna la paz a mi mente y mantengo la libertad en mis emociones. Parte siempre de una decisión y se convierte en un proceso, en una forma de vida.
El perdón no exige que me comunique con nadie para decirle que le perdono. Eso no tiene nada que ver con el auténtico perdón. Eso es un acto social, el cual también puedo decidir hacer, o no. El perdón opera a un nivel profundo en la persona y parte de una expansión de la consciencia, de una mayor sabiduría.
El perdón tampoco implica que no me proteja ante posibles acontecimientos que impliquen algún perjuicio para mí (o para otros). Ni tampoco que justifique hechos o conductas que puedan ser totalmente inadmisibles. Puedo mantener la paz dentro de mí y a la vez llevar a cabo las medidas necesarias para resolver una situación. De hecho, cuando mantengo la paz es cuando florece mi mayor potencial y mis mejores recursos y capacidades para enfrentarme a cualquier tipo de situaciones.
¿Cuándo perdonar? Cuando identifico el conflicto en mí ¿y cómo lo sé? Atendiendo mi sentir. Abrirme al sentir, entregarme a él, darle el espacio que reclama en mi consciencia, es abrirme a la sabiduría profunda, a esa sabiduría no manipulada por los pensamientos y las creencias. El sentir es nítido, directo y certero. Cuando confío honestamente en el sentir me convierto en un observador directo de “cómo va todo dentro de mí”. Y justo ahí es donde interviene el perdón para regresar a la paz y a la libertad.
Cuando mantengo la rabia y la ira, que en definitiva esconden un profundo rechazo, un no rotundo hacia algo o alguien, mantengo un lazo emocional con los hechos o personas aparentemente causantes. Este lazo emocional no sólo secuestra mi paz, sino que también provoca un desgaste de energía en forma de emociones que me limitan, impidiéndome, además, en el plano operativo de la vida, sacar lo mejor de mí.
En el camino del perdón se va disolviendo poco a poco el conflicto, y con él el sufrimiento. Con cada decisión de perdón auténtico voy eliminando una tras otra las capas de pensamiento que me impiden experimentar la paz y el amor que soy en esencia. Cada decisión de perdonar me abre un poco más a la experiencia de mi Ser, a mi naturaleza auténtica, que se funde en la comprensión, la aceptación y el amor.
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