Foto: Templo del Ashram junto al Ganges. Al otro lado del río, entre la arboleda, apenas se entrevee el ashram de los Beatles en Rishikesh. Al fondo, las estribaciones de los Himalayas.
Rishikesh 3-9-05
Comienzo a escribir estas notas en las azoteas del ashram desde donde se pierde la mirada en la llanura del ganges por un lado y por el otro se elevan abruptos los Himalayas.
Anoche y aún hoy persiste el monzón en forma de aguaceros. Por lo demás, hace bochorno. Hoy me compré en el bazaar un pedazo de hierro con dos ruedas que podríamos llamar bicicleta.
Me recorrí con mi "Hero" la ciudad de punta a punta a lo largo del Ganges, resolviendo mis cosas. Tanto a la ida como a la venida hice alto en el templo de los Hare Krishna a beberme un zumo de naranja indostánica recién exprimida. Saludo al devoto dependiente con un "Hare Krishna" y él me responde con un "Hare Rama", que es como el "Ave María purísima" pero en versión "Hare". En mitad del jolgorio religios de la India en general y de Rishikesh en particular, los Krishna boys parecen ponderados y discretos. He de visitar su templo, pero sobre todo su restaurante, de cuya cocina tengo buenas noticias.
Por la tarde, mientras recojo agua de un purificador en el ashram conozco a Asis, un joven bramacharia (estudiante religioso célibe), que me lleva a presentarme a Manisa, una bramacharini. Porque luego te cuenta en inglés que fué bailaora flamenco durante años en España y que nació en Buenos Aires, de otro modo jamás hubieras sabido que no era india. Ahora se la ve muy a su sabor en su nueva vida vedántica, acicalada a lo inidio. Me recordó el caso del canadiense Agni. Parecen personas que, por algún motivo, nacieron lejos de casa y ahora les toca volver a su patria espiritual, en vuelo de avión, en tren luego hasta las montañas, como sea.
De la charla con Asis surge la noticia de un amigo común: Swami Darmanishta. De nuevo la realidad venciendo a la probabilidad. Los que siguieran mis crónicas de hace tres años, quizá recuerden al swami que me salvó de una serpiente, que vivía en el cajón de mi escritorio en Karnataka. Entonces era el profesor de Yoga en la Vedanta Forest School, que fundara Sivananda. Ahora ha venido a Rishikesh en una breve visita. Procuraré reencontrame con él, si es que está de nuestro Karma. En la India se acentúa un rasgo notable de nuestra relación con la realidad: Con frecuencia lo que queremos no acontece. Lo impensado, y hasta lo improbable, sucede.
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