miércoles, septiembre 19, 2007

APUNTE 11, EL CUERPO DIVINO EN EL MUSEO SAGRADO, (Cuerpo físico y cuerpo místico en el arte oriental)


La representación del cuerpo humano es un campo de estudios muy extenso. El mismo concepto de Oriente es difuso y puede englobar culturas muy antiguas, amplias y ricas como son la india, la china y la japonesa, entre otras. Para concentrarnos dentro de este campo, que en principio parece inabarcable, hemos elegido una perspectiva también grande, que es la relación que pueda haber entre la representación del cuerpo físico con lo que, en principio, hemos llamado cuerpo místico.

Nuestro objetivo en esta investigación no es traer noticias y datos de culturas exóticas, a modo de colección de curiosidades. Los aspectos del arte que procuramos comprender, como son la creación, la representación del cuerpo humano, la belleza de la obra y la contemplación de la misma son y han sido los mismos en cualquier tiempo y lugar. Sólo por motivos históricos y culturales, los planteamientos y las soluciones han sido diferentes.

Aunque prescindamos de la liza o competencia entre el mérito artístico de lo que llamamos Oriente y lo que llamamos Occidente, la comparación es inevitable. Es como cuando aprendemos un idioma: aprovecha comparar las gramáticas. Podemos ver las diferencias, pero también las similitudes. A lo que existe en todo tiempo y lugar, independiente de la coloratura local, lo llamamos propio de la naturaleza humana. Incluso queremos llamarlo "lo eterno".

Cuando los arqueólogos descubren alguna representación humana en un yacimiento, suelen interpretarla como la representación de algún dios o monarca. Y ya se sabe que en la antigüedad los reyes tendían a atribuirse cualidades divinas o casi divinas. Se entiende que modelar un cuerpo humano en barro, metal o piedra, incluso dibujarlo, era un lujo reservado sólo a los dioses y a los héroes y reyes cuasi divinos. Por ejemplo, las pinturas rupestres raramente pueden ser "escenas de caza" tal si los primitivos fueran burgueses decorando el salón de su casa. Como ha sido señalado por algún estudioso, es más verosímil que se trate de representaciones míticas o mitológicas.

La representación del cuerpo humano de características sacras o divinas encuentra su lugar natural en el templo. Sólo en la época moderna las figuras divinas o sagradas son trasladadas al ámbito civil y laico del museo.

Este traslado tiene un doble efecto de influencias recíprocas: Por un lado, la imagen pierde su significado religioso a cambio de un valor estético, pero, por otra parte, y al mismo tiempo, otorga una atmósfera sagrada al museo. (Hago un inciso para aclarar que menciono estos asuntos porque el arte oriental de que quiero ocuparme es, aunque no exactamente lo mismo, el equivalente al arte sacro en Occidente. En cualquier caso me refiero y me referiré a imágenes cuyo lugar es el templo.)

La influencia recíproca entre lo sagrado de las imágenes religiosas y lo profano de los museos va todavía más allá, pues toda vez que los museos están impregnados de la sacralidad de las imágenes, toda obra que se exponga en ellos adquiere un nuevo grado espiritual. Por su parte observamos cómo los templos cada vez más son contemplados como museos, son incluidos junto a los museos en los circuitos turísticos y, en suma, contempladas las imágenes por muchos sin devoción religiosa pero sí con curiosidad o deleite estético.

Estos fenómenos conviene observarlos con una mirada objetiva y exterior. Para establecer un símil, conviene observarlo del mismo modo que lo haría un antropólogo con una cultura desconocida. Una imagen sagrada, en realidad una representación del cuerpo humano, es objeto de devoción dentro de un templo. Las personas que la contemplan creen averiguar en ella algo divino o como símbolo de lo divino, le piden dones y milagros, profieren ante ella oraciones. Exactamente la misma figura o bien otra equivalente recibe otro trato por completo distinto en un museo (incluso por personas devotas). Se aprecia el mérito artístico, se pondera la factura, se disfrutan su belleza, se aprenden datos sobre su autoría, técnicas de creación y época, pero no se le reza. Ha sido desacralizada por su traslado al museo. ¿Cuántas veces hemos visto en un museo a alguien santiguarse o hacer una reverencia? Quizá alguna vez, pero es un suceso poco habitual incluso en países de lo que llamamos Oriente. Mismo hasta los devotos se ajustan a un doble código de comportamiento, emoción y pensamiento: el del museo, por una parte y el del templo, por otra. Se sitúan ante unas imágenes de santos o de dioses, la miran quietos y guardan silencio, pero en una parte supuestamente hacen una cosa y en otras otra. Recuérdese que estamos haciendo de antropólogos en tierra propia.

Tanto los criterios de los templos como los de los museos son estrictos. Algunas imágenes podrían estar en ambos lugares. Pero un museo jamás aceptaría un pastiche por muy sagrado que se le considere. Ni un templo aceptaría una figura humana, no importa el mérito artístico o histórico que tenga, a no ser que represente o simbolice alguna persona divina o santa.

Imagen: Una de las representaciones más antiguas de Buda, procedente del llamado arte greco-búdico del asia central, entre los siglos I y II d.C.

Este escrito es parte del borrador de la conferencia ofrecida en las II Jornadas de Arte Moderno y Contemporáneo sobre el cuerpo en el arte, organizadas y publicadas por el Ayuntamiento de Alcalá de Guadaira, Sevilla

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