martes, diciembre 07, 2010

Cuando el discipulo está preparado.

No sé quien lo diría el primero, pero desde luego se lució. Porque la verdad es que llevo algunos años en esto de buscarme,  encontrame y perderme a mí mismo, mi propósito en la vida, la prosperidad y todo el pack "happy together", que vaya cruz que resulta a veces. Muchos años, y no pocas veces he pensado, Lo bien que me vendría a mí un buen maestro, una guía, que me sacara de este embrollo, o por lo menos una pista, un dedo señalando la salida, o la entrada. Acude siempre en estos casos a la mente, o si no alguien sabe como encajar la frase, la dichosa frasesita, Cuando el discípulo esta preparado aparece el maestro. Y cuántas veces no me habré dicho a mí mismo, en la intimidad, claro, que no parezca que no somos humildes que si no no aparece, cuántas veces, Pues, la verdad, yo creo que estoy preparado.Vamos, este sería el mejor momento para que apareciese el maestro. Estoy preparadísimo. Y nada, el maestro que no aparece por ninguna parte. Claro que uno siempre espera que aparezca alguien del estilo de Obi-Wan Kenobi, o el señor Miyagi, por lo menos, y, ya ves, se puede quedar uno esperando.
Con el tiempo, y la resignación que a veces arrastra, uno acaba por conformarse con maestros menos cinematográficos. Hace un par de años apareció en mi vida un perro, el Mufi, un chucho rubio, mezcla de podenco con cualquier otra raza, más listo que el hambre, un cazador de conejos inigualable.  Dormía en  nuestra terraza, pero en realidad vivía en el campo, libre. Cuando lo veía brincar entre los matorrales, saltando como una gacela, mi corazón brincaba con él, y me deshacía cuando lo veía retozar al sol, deslomado sobre la hierba, después de haber llenado la panza. Él me enseñó a disfrutar del momento presente, a husmear en el aire tibio de la tarde.
Sí, también se ha dicho que un perro puede ser un gran maestro, o un gato, o un libro, o una circunstancia. En este sentido estamos rodeados de maestros, y si no aprendemos es porque no queremos, o nos resistimos. La naturaleza , las personas, las circunstancias que nos rodean y acompañan en todo momento son, o deberían ser, nuestros ansiados maestros. Todo está puesto ahí para que aprendamos, para que mejoremos, aunque no nos guste. La realidad es el maestro que siempre está ahí, aunque el discípulo no esté preparado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aprendiendo… de los caballos

Al hilo del artículo de Rafa, quisiera compartir con vosotros, lectores, una experiencia de aprendizaje tan gratificante como inesperada.
Desde hace años, siento una gran afición por los caballos. Hace tiempo empecé a practicar la equitación pero tuve que dejarlo. Ocupaciones más urgentes y no encontrar ningún lugar a mi gusto donde poder practicar en otras ciudades me mantuvieron alejada de este deporte.
¿Deporte? En cierta medida, así es: Requiere disciplina, tiene su técnica (¡mucha!) y el entrenamiento es fundamental para progresar.
Y sin embargo, es más que eso. Mucho más. Para mí, es el mejor ejercicio que conozco para relajarme. Y con la relajación, la paz mental. ¿Os recuerda algo? Pues sí, y es que comparte, curiosamente, muchas características con la práctica del yoga.
Para el principiante, resulta particularmente difícil conseguir la postura ideal: una postura erguida y a la vez relajada. Se supone que el buen jinete debe sentir a su montura, leer los movimientos del caballo y corregir, si fuera necesario, esos impulsos. Hay que estar alerta, en comunicación continua, y responder serenamente. El momento de gracia: Aquél en el que sientes a tu caballo y el jinete y la montura se funden en el mismo movimiento, la misma idea. Armonia o “paz en movimiento”.
El nivel de concentración exigido es total, el ejercicio físico desplegado importante y el resultado: relajación absoluta, conexión con tu montura y con la naturaleza que te rodea…
El entorno contribuye significativamente: Un cortijo a escasos kilómetros de Málaga, por la carretera que lleva a la estación de Cártama, rodeado de sierras: la sierra de Alcaparain al norte, la Sierra de las Nieves al Oeste, la Sierra de Mijas al Sur. Desde el cortijo, se ven las casitas encaladas de Alhaurín el Grande engastadas en la sierra de Mijas y campos que se extienden por la Hoya de Málaga. A pocos metros, el río Grande, que da su nombre a este centro de equitación. Pero sin duda, la pieza clave de este centro son las personas que lo llevan. Jesús, al que conozco desde hace muchos años y Jessica, su compañera y una excelente profesora. No creo que se pueda aprender a montar a caballo en nigún otro lugar como con ellos. Transmiten una sensación de confianza, de tranquilidad y de perfecta armonía con los caballos que aleja cualquier sensación de miedo. Y, lo que es más importante, contagian su amor por los caballos y la equitación.
Os animo a que probéis este deporte. Es la primera vez que le hago publicidad a mi amigo. ¡Ya era hora, después de tanto tiempo!

http://www.equitacionriogrande.com/index2.html