martes, marzo 13, 2012

Misticismo y sociedad moderna

Quisiera glosar para los lectores de Yoga Sala Málaga un sugerente artículo recogido en el segundo tomo, el dedicado al Renacimiento, de la Historia y crítica de la literatura española (ed. Crítica, 1980). Su autor es Francisco Márquez Villanueva, profesor de Harvard, y se titula "Misticismo y sociedad moderna (Sobre los inventos de San Juan de Ávila)". Márquez Villanueva ilustra en él cómo la mística y la modernidad vinieron juntas a España y juntas se fueron, puesto que formaban parte del mismo espíritu: el espíritu que nos abrió a Europa durante la primera mitad del siglo XVI. Los contemplativos eran prácticos, quizá porque no tenían enturbiado su tránsito a la acción. Copio de Márquez Villanueva:
El punto a que así venimos a desembocar es que misticismo, tecnología, capitalismo, tendían a darse en España como fenómenos concurrentes y solidarios, como facetas de un continuum arraigado en el mismo terreno vital. La actitud mística representa en España una radical novedad en ruptura con el pasado [...]. Misticismo, tecnología, capitalismo, coincidían en ser formas de modernidad todas ellas, pero por lo mismo carecían de futuro en una España que enconadamente repudiaba toda suerte de novedades y no permitía las mínimas estructuras sociológicas a través de las cuales las minorías y élites intelectuales (aplicadas a economía, ciencia, tecnología, pensamiento) iban a influir en la vida de las naciones modernas. España elige en cambio el inmovilismo intelectual garantizado por una alianza indestructible de plebe y aristocracia: una sociedad que se deja jerarquizar en grado sumo porque previamente esas jerarquías y sus órganos de poder han renunciado a fomentar otros valores que los de la elemental plebeyez cristiano-vieja. [...] Una España que hubiese de veras aceptado una religiosidad de inclinaciones místicas hubiera podido ser también una nación moderna en todos los demás sentidos. [...] En una España de místicos habría habido también, por paradoja, riqueza, ciencia e inventos. Hemos carecido de todo eso porque en un determinado momento histórico la mayoría de los españoles prefirieron ser un pueblo de inquisidores, arbitristas y matamoros.
Márquez Villanueva ejemplifica su teoría con San Juan de Ávila y sus inventos hidráulicos. Copio del artículo:
Hay en la vida de San Juan de de Ávila un extraño episodio que particularmente desarma incluso a unos devotos muy habituados a verle caminar lejos de los senderos trillados. Tan particular causa de sorpresa está motivada por ciertos documentos notariales en los que el gran contemplativo y predicador (hombre realista si los ha habido) aparece ocupándose, hacia 1550, de asegurar sus títulos jurídicos a los beneficios que en el futuro produzcan varios inventos suyos de que espera fuertes ingresos, del orden de hasta seis mil ducados anuales.
A continuación Márquez Villanueva transcribe de tales documentos:
Yo el Mtro. Juan de Ávila, clérigo presbítero predicador, que al presente reside en la muy noble e muy leal cibdad de Córdoba..., digo que es ansí que yo hallé con mi trabajo e industria cuatro artes o ingenios de subir agua de bajo a alto, que se nombran balanza de cajas, y alentador de aguas muertas, y suplevientos, y prudentes maneras de sacar agua.
Continúa el profesor Márquez Villanueva:
Se trataba, pues, de unos ingenios hidráulicos que hemos de imaginar un poco al estilo de aquellas máquinas leonardescas en que el inventor parece haber infundido un soplo de vida pensante para suplir lo primitivo de los materiales. No se nos dice exactamente para qué habrían de servir los flamantes inventos, pero no es nada arriesgado suponerlos destinados a prestar buenos servicios en achaques de regadíos y fuerza motriz.
Y más adelante:
La sociedad española no escuchó en realidad a San Juan de Ávila, ni a Santa Teresa, ni a San Juan de la Cruz ni a fray Luis de León. [...] Nuestros místicos y ascetas del XVI nos sorprenden una y otra vez por su adscripción vital a actividades totalmente repudiadas y poco menos que tenidas por impuras por la sociedad española. La obra toda de San Ignacio puede ser entendida como una de las más precoces manifestaciones de la moderna mentalidad primordialmente organizadora y técnica, raíz de su éxito al mismo tiempo que de sus debilidades. Venimos ponderando la inesperada dimensión tecnológica de San Juan de Ávila, y en seguida podríamos hallarle un paralelo insigne en la afición de Santa Teresa a relacionarse con banqueros, asentistas y mercaderes, gentes prosaicas pero eficaces y llanas de tratar, con las que obviamente se siente entre los suyos. [...] Si avanzamos un paso hacia la comprensión de tales hechos, se nos impone observar cómo los contemplativos han tendido a acercarse con ello a formas y estilos de vida de signo moderno, europeo diríamos hoy. Apuntaban en el fondo a una mentalidad de tinte claramente burgués, en virtud de un proceso sociológico que en el caso muy visible de Santa Teresa es posible explicar ya hoy en toda su profundidad. La red de hasta quince colegios universitarios que alcanza a fundar Juan de Ávila con su puñado de amigos y discípulos constituye, sin duda, el mayor esfuerzo que se haya realizado en España en el sentido de centros de cultura creados por legítima iniciativa particular, sin el apoyo activo de la Iglesia ni del Estado y hasta sin el arrimo, que se diría indispensable, de una orden religiosa. Advirtamos cómo este interés de la mesocracia en erigir centros universitarios que reflejen sus aspiraciones constituye un indicio de sazonada madurez social, hasta el punto de no haber llegado a cuajar por completo más que en ambientes anglosajones decisivamente moldeados por las formas puras del sistema capitalista y de la ética protestante. Aquella magnífica obra de los colegios del Maestro Ávila sirve como claro indicio de un rumbo de nuestra historia social que, a pesar de su prometedora madurez, se hace de pronto inviable en la segunda mitad del siglo XVI.
El profesor Márquez Villanueva prosigue con sus reflexiones, como las que consigné en la primera cita, hasta alcanzar esta conclusión melancólica:
Las consecuencias nos cercan hoy por todos lados; en una España mística el léxico tecnológico no estaría, como hoy está, perdido de barbarismos y de objetos que no sabemos cómo llamar, sino rebosante de expresiones tan bellas como balanza de cajas, alentador de aguas muertas, suplevientos y prudentes maneras.

3 comentarios:

Joaquín García Weil dijo...

Interesante, José Antonio, tener localizados estos datos que de algún modo ya conocíamos. Me parece meridiana la relación entre misticismo y prosperidad. Lo único que el concepto de "misticismo" puede dar lugar a confusión. Podríamos llamarlo hoy en día "desarrollo personal" o "estudio de sí", "meditación", etc.
Pienso que la meditación zen tuvo que ver con los momentos más brillantes de Japón.
Y, por fin, en mi viaje a Brasil en el año 2000, luego un emergente país de los llamados "Brics", observé un importante desarrollo de las más diversas vías que podemos llamar "religiosas" o "espirituales", y cómo las personas que se acercaban a estas vías, prosperaban al mismo tiempo en lo económico.

J. A. Montano dijo...

No sé si estarás de acuerdo, Joaquín, tú que sabes más que yo de estos asuntos, pero creo que la esencia del misticismo tal y como aparece en ese artículo, y que estaría en línea con eso que dices, sería algo así como la "no fijación en lo simbólico". Estar en lo simbólico, naturalmente, porque ahí es donde estamos, pero sin que eso encarrile de un modo abstracto la experiencia. O sea: tener una relación no dogmática con la "realidad".

Joaquín García Weil dijo...

Sí. Es el viejo lema filosófico, aristotélico incluso, de ir hacia la realidad, sólo que no sólo de modo razonado sino vivido (a través de la meditación, contemplación, quietismo, zen, samatha, vipassana o como se le quiera llamar)