En el noroeste de la China, al principio de la antigua ruta de la seda hay un templo conocido como La Cueva de los Mil Budas. Durante siglos se han ido esculpiendo en la roca de la montaña que lo alberga, uno junto al otro, mil budas. Esta abundante repetición de imágenes del cuerpo humano en una misma pose tiene a mi entender una triple explicación: por el lado del hacedor, por la parte del contemplador y desde el punto de vista de la enseñanza que transmite.
Gran parte del arte dhármico es un trabajo amador (no voy a llamarlo amateur). El hacedor y el contemplador de la escultura o el dibujo pertenecen al mismo rango o son las mismas personas en orden sucesivo. Esto acontece en laicos y, con más frecuencia, en monjes que asumen como tarea espiritual la contemplación de las figuras, el aprendizaje de las técnicas y su posterior realización, de ahí la repetición incesante de figuras parecidas en posiciones idénticas, generalmente meditativas. El monje o el laico se ejercita en la meditación sentada, esculpe en su propio cuerpo y en su propia mente para luego realizarla en otras materias. Es una acción que puede realizarse una vez en la vida o de un modo constante.
El modelo para esas figuras son ellos mismos o sus compañeros de meditación. La posición del Buda ha sido comprendida por el propio Buda o por aquel que, mediante la imitación constante se encamina a serlo.
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