La representación del cuerpo humano en la escultura y la pintura tiene una relación íntima con la danza y con el arte actoral. Los bailarines y los actores procuran expresarse mediante las poses y los movimientos de su cuerpo.
En el apunte anterior se establecía la metáfora del nacimiento de la gramática para comprender la utilidad de comparar el arte plástico de Oriente con el de Occidente. La gramática no nace por el estudio de la propia lengua, sino por el contraste con un idioma extranjero o con una lengua antigua. Es la necesidad de estudiar una lengua extraña lo que nos hace reparar en las peculiaridades de la propia.
La representación del cuerpo humano tiene también su propio lenguaje. En el tipo de arte que estamos estudiando, tiene su propia gramática espiritual.
A este respecto, una de las preguntas que cabe hacerse en la figuración humana del arte pictórico y escultórico es: Aparte de a quién simbolicen o representen a alguien ¿qué hacen las estatuas y los personajes de las pinturas o dibujos? Particularmente ¿qué hacen con sus manos?
Para entender esta pregunta esto es un poco así como cuando a uno le piden que sea natural cuando van a filmarle o a fotografiarle. El retratado enseguida se plantea qué hacer, cómo colocar las manos o si se coloca de frente o de perfil, dónde mira, si sonríe o se pone serio. En el retrato escultórico o pictórico ocurre algo semejante, salvo que el artista está tanto o más implicado en el proceso como el retratado. Hay también una función identificativa. Esperamos que la figura resultante se parezca, simbolice o represente al retratado. Cuando el retratado es un personaje antiguo y cuya imagen se desconoce, o es un dios, se recurre a los símbolos que lo identifican. Mismo así persiste el asunto de saber qué hacen las figuras retratadas o representadas. La solución más fácil es que porten los símbolos que los representan. En Occidente: son la espada, la bola del mundo, la cruz o cualquier otro. Y en Oriente: son la rueda del dharma, el dorje o rayo, el tambor, el disco, el tridente, etc.
Pero no todo es acción en las figuras representadas. Otra manera de representar esos personajes es padeciendo. Para expresarlo con claridad: una figura humana en el arte o bien actúa o bien padece. Y no hay otra opción, salvo las yacentes que sueñan una noche o una eternidad. La pasión de los personajes en las esculturas y pinturas es abundante en Occidente y rara en Oriente. En Occidente la pasión de las figuras humanas representa su martirio, su sufrimiento o tristeza (como la piedad) o su éxtasis. En este caso se trata literalmente de representar un cuerpo cuya alma o espíritu ha salido, que es lo que significa la palabra éxtasis: estar fuera. Se supone que esta ausencia del cuerpo acerca al alma hacia algún plano más elevado, más cercano a Dios, cosa que en el lenguaje de los retratos suele representarse con un mirar arrobado hacia arriba, con una elevación de brazos o con las manos ante el pecho. El éxtasis es un fenómeno comprendido en Oriente, pero muy raramente representado en el arte. El arte oriental se caracteriza porque sus figuras actúan, aunque sea de un modo sutil, en ocasiones padeciendo al mismo tiempo, sin perder el porte sereno y ecuánime. En cualquier caso se trata de figuras nada extáticas sino plenamente habitantes del cuerpo.
Ilustración: Shiva Nataraja (Señor de la Danza), Dinastía Chola, Sur de la India, bronce del siglo XI. The Cleveland Museum of Art.
Este escrito es parte del borrador de la conferencia ofrecida en las II Jornadas de Arte Moderno y Contemporáneo sobre el cuerpo en el arte, organizadas y publicadas por el Ayuntamiento de Alcalá de Guadaira, Sevilla
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