martes, enero 15, 2008

Inteligencia del cuerpo (Yoga interior, Yoga exterior 4)


Hoy en día en el Yoga se les suele llamar a todas las posiciones corporales “asanas”, preservándose la palabra “mudra” para los gestos que se hacen con las manos. En los textos antiguos la palabra “asana” designaba principalmente las posiciones sedentes (la palabra “asana”, por el parentesco indoeuropeo está relacionada con nuestro término “asiento”). Y “mudra” designaba otras posturas corporales. “Mudra” en sánscrito significa literalmente “lo que da la felicidad”. De tal modo, determinadas posiciones corporales son gestos que simbolizan las cualidades o elementos naturales que representan y cuyo nombre reciben: “montaña”, “árbol”, “león”, “héroe”, etc.

Como los gestos son un lenguaje, un medio de comunicación entre dos partes, nos toca ahora averiguar cuáles son estas dos partes que se comunican a través de las posiciones o ejercicios yóguicos. Mismo en nuestro lenguaje hablamos de posición o postura referido no al cuerpo sino a la persona toda como sinónimo de actitud o punto de vista, lo cual nos indica que la postura o posición física de una persona expresa o semeja su posición mental. A diferencia de la danza donde las posiciones y el movimiento del cuerpo es un vehículo artístico o festivo para que una persona comunique arte o música hacia fuera, el Yoga (que en la cultura india está emparetaado con la danza) no se concibe como exhibición sino que es como una danza sin público, una danza para que la persona se comunique consigo misma. Aunque el Yoga puede practicarse en grupo, que es lo que hoy en día acostumbra a hacerse con la guía de un profesor, sin embargo ha sido y es un trabajo personal, no tanto individual o individualista, sino más bien de unión (que es lo que significa Yoga, “Unión”) con el universo.

Dentro de este trabajo personal sigue habiendo una comunicación y, por tanto, hacen falta todavía dos partes que se comuniquen. Estas dos partes son en principio mente y cuerpo. Durante la práctica del Yoga el cuerpo se “anima” adquiere “ánima” o alma, deja de ser algo inerte. Supera su “tamas” (inercia) mediante la acción (“rajas”) y alcanza una vivacidad serena (“satvas”). Mismo aunque la posición exterior del cuerpo esté en quietud en lo interior la mente se mueve con agilidad realizando una auténtica “peregrinación” dentro de sí.

Es interesante observar que, fuera de la práctica del Yoga (que es la realización de posiciones y movimientos corporales conscientes) en la vida laboral, social o familiar, siempre, aunque sea de modo inconsciente (o precisamente de modo inconsciente) estamos adoptando alguna posición corporal. Nuestro cuerpo es el inconsciente. Esta afirmación parece rotunda y arriesgada, pero no es fruto de un razonamiento sino fruto de una experiencia subjetiva, pero compartida, es algo que los yoguis y los meditadores experimentados conocen. Nuestro cuerpo es el almacén de memoria (sobre todo memoria emotiva), es el lugar donde se materializan, donde se concretan y “solidifican”, el espacio donde se realizan las vivencias y los sentimientos relativos a esas vivencias. Entonces la realización de posiciones y movimientos conscientes, el recorrido mental por el cuerpo se convierte en una exploración del inconsciente. Y lo que es todavía más interesante, a diferencia de otras introspecciones psicológicas o indagaciones psicoanalíticas que procuran traer lo subconsciente a la consciencia, la práctica del Yoga (y también de la meditación) es una exploración del inconsciente.

Desde una perspectiva intelectualista parece que formular verbalmente lo inconsciente es siempre una actividad superior. Pero, dando una vuelta de tuerca más en la relación del consciente con el inconsciente, quien decide psicoanalizarse lo hace movido por la desazón y espera como resultado un alivio. Ambas sensaciones son corporales más o menos sutiles que, en la mayoría de los casos, por mucho que se manifiesten, permanecerán inconscientes, pues su naturaleza no es verbal, y es hasta difícilmente verbalizable, es física. La práctica del Yoga y la meditación enfocan y sondean directamente este aspecto sensorial y corporal del inconsciente.

El resultado de la exploración corporal del inconsciente que realizan el Yoga y la meditación es una liberación de la mente. El cuerpo se descubre, y descubriéndose se relaja. La mente abandona sus condicionamientos (corporales), se abre con frescura a nuevas situaciones, se siente libre para adoptar nuevos puntos de vistas y recorrer sentimientos más sutiles. El neurofisiólogo Antonio Damasio en libros como “El error de Descartes” ha señalado el carácter imprescindible que las emociones y sentimientos, el cuerpo, en resumidas cuentas, tiene para el pensamiento. Hay, por así decirlo, una inteligencia corporal. Deshacer nudos o tensiones físicas, a través de la exploración yóguica, libera la mente de viejos hábitos. Abre puertas a los callejones sin salida que nos podamos hacer con nuestros acostumbrados juicios y razonamientos. Y no me refiero a razonamientos teóricos o especulativos. Me refiero a pensamientos relativos a nuestra vida práctica en los ámbitos de trabajo, relaciones sociales y familia. También sucede lo mismo en los grandes objetivos vitales.

Artículo publicado en la versión impresa del nº 8 de la Revista Dharma


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