La respiración se hizo pausada, se detuvo el temblor que sacudía su cuerpo y se le encendieron los ojos. Era evidente que esperaba algo importante. De pronto pidió sus zapatos, e incorporándose en la cama, comenzó a bailar. Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa, con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal agilidad que en la habitación entró un viento fresco de montañas, con olores de campo... Quienes la veían, a pesar de la gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con movimientos de los pies...
Luego, agotada de tanta danza, apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo varias veces y cerró los ojos sin dejar la sonrisa...»
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