sábado, diciembre 25, 2010

El sentido, a la espera del hombre (sugerencia de lectura)


En apariencia, la obra “El hombre en busca de sentido” de Victor Frankl, podría parecer un cuento más de la tragedia humana en el ejercicio histórico (y a estas alturas ya casi instintivo) de someter a sus semejantes, más concretamente, de la todavía inconmensurable barbarie habida en los campos de concentración nazis. Independientemente de lo profundo o dramático que pudiera resultar en su estilo o en sus términos de contexto, no nos llevemos a engaño por la superficie de lo que se cuenta, este libro es un desafío maravilloso, desalentador en un principio, pero extrañamente, ocurre que no parece surgir la sombra de una repetición tremenda de unos mismos sucesos históricos, con distinto tono, desde otro prisma particular más o menos autorizado o importante, no son los avatares de un psiquiatra estudiando in situ, en sus propia piel, los efectos devastadores de la supervivencia diaria en un campo de concentración durante cinco años, ni la enumeración de los patrones psicológicos, anécdotas y secuelas que inevitablemente quedan en toda persona que respirara el horror insondable de Auschwitz o Dachau, ni siquiera son los lacerados albores de una nueva escuela de psicoterapia... Conforme poco a poco comenzamos a decapar los significados y significantes de hechos, conductas, actitudes y decisiones a los que Frankl y sus compañeros se van viendo abocados, no sólo vemos un desgarrador testimonio de primera mano, no sólo la visión certera, increíblemente analítica e inteligente de un psiquiatra especialista que se desdobla heroicamente como observador y observado, como objeto de estudio del comportamiento de la mente en una situación de semejante intensidad vital. Se nos revela una obra soberbia, gigantesca, acerca de la capacidad infinita del espíritu humano de erigirse sobre el contorno de las circunstancias a las que es sometido. La lucha del alma misma contra la cosificación de la vida, contra el espanto de la pérdida y negación brutal del valor de un ser humano frente a otro, frente a sí, en realidad.

Al avance de los análisis, de las vivencias, vamos advirtiendo que la indignación, la autovaloración, el mérito, el privilegio, la relación, la empatía, la vergüenza, la cultura, la trayectoria, el hastío, la propiedad, la religión, todo eso lo que damos por natural se volatiliza entre el sinsentido y la crueldad, a la extinción casi a la misma velocidad que los cuerpos en las cámaras de gas, de lo que a diario nos vanagloriamos de haber instaurado como sostén y guía de la civilización: la racionalidad, la cual, por obvia, se hace imperceptible y a veces fruto del olvido, perdiéndose entre el conformismo y la apatía. Constatamos terriblemente cómo es capaz el ser de redefinir todo su andamiaje vital en extrema situación, cómo la lupa con que mensuramos la importancia de cada gesto, valor o rutina, debe ser revisada y puesta a punto para la supervivencia mental y corporal más elemental. El confinamiento, nos cuenta Frankl, empuja a olvidar todo lo que esperamos del mundo, abatiendo bruscamente aquello que ofrece un significado al desenvolvimiento de los días, aquello que llega a parecernos que es la vida, forzándonos a golpe de capataz, de la privación de sueño o alimento, a reconfigurar descarnadamente de nuevo el mundo, el ser. La lógica de la razón impulsa elementalmente al suicidio o a la claudicación y abandono a la destrucción, la psique se desgaja en privación radical, no ya sólo de sustento, sino de la dignidad fundamental y la pulverización del más mínimo atisbo de compasión. Se ha pasado a ser cosa, y el sufrimiento, la rabia o la desesperación pasan a ser una suerte de ruido animal o número, entropía gratuita sin solución de continuidad para la razón.

El sentido en sí pone a prueba la lógica del sentido, que a estas alturas ya es sentido contra significado. La lógica del significado (qué significa la vida, qué significa la vida a partir del confinamiento, qué es la vida luego de una crisis) prevee un desempeño lineal de planteamientos, acciones y consecución, pero el sentido en condiciones extremas reduce hasta la exageración los recursos racionales que un hombre puede tener en condiciones de aislamiento y reclusión, es ahí donde resida y restalla la magia del relato de Frankl, en el poder de aquellas personas en erigirse sobre los campos, sobre los guardias, sobre lo que ellos mismos habían hecho de sí, para trascender el horror y no sólo consolidar una supervivencia a duras penas, sino una existencia, el ser, en ningún momento desprovisto de su conciencia de sí y valor intrínseco como persona, rabiosamente adaptado al compás de su vida en aquellos tenebrosos campos.

A partir de este experiencia, Frankl encuadra al hombre, desnudo, frente a sí mismo en la crisis, en los momentos de su existencia en que todo se derrumba frente a sus ojos y queda al descubierto, sin recurso, ante la experiencia en sí misma, con sus eventos circunstanciales que a veces escapan al control de la voluntad y han de forzar al hombre a ejercer la definitiva de sus libertades: Elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, no como resignación y abandono, sino como afrontamiento, absorción y superación trascendental del contexto. Al igual que con los triunfos de miles de hombres anónimos que sobrevivieron a los campos, una de las dramáticas paradojas del mundo es que la maravilla del hombre suele aparecer en el corazón de sus miserias y en la quiebra, el hombre se ve forzado a replantear todo lo que concibe de sí y sobre sí, puede verse impotente, víctima de los acontecimientos, y he ahí que el significado estalla por los aires y surge el momento del buscar el sentido, momento en que debe elegir consumirse en la lógica del significado, esto es, situación sin salida, que provoca dolor, el dolor, rendición, la rendición, apatía y la apatía, el fin, o bien forjar una actitud nueva, imprevista, consecuente, acorde a lo que le sobreviene.

Este conmovedor escrito nos insta a volvernos sobre nuestra propia vida y los condicionantes que pensamos que la truncan, a descubrir de qué modo vivimos en los aletargamientos de la memoria y las esperas, cómo aguardamos lo que preferimos que nos pase y cómo nos sorprende o irrita lo que nos pasa dejando apenas indefensos nuestros valores y objetivos que giran alrededor del ensueño semiótico de existir, de nuestra existencia. La vida no espera a nadie, ni aguarda a la expectativa, no conserva el orden del tiempo ni nuestra predilección por la perdurabilidad de lo favorable, antes bien, nos sitúa en un caleidoscopio de variables sensoriales de un único instante, en donde derramamos nuestra concepción lógica (lineal) en unidades de tiempo y el sentido (somatización física) en unidades de dirección, en las cuales surge la sensación de que la vida tiene sentido sin que conjugue con nuestra razón. No nos preguntemos qué es lo que el sentido puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por él, no nos hundamos en el vórtice conflictivo entre lo aprehendido y lo experimentado; ante la situación de difícil digestión, nos es útil recurrir al proverbio Zen que nos trae, sin remisión ni subterfugios, hasta el aquí más honesto: ¿Quién sino yo, cuándo sino ahora, cómo sino así?.

No quisiera que esta pequeña propuesta de lectura pasara por el lugar común de parecer otra invitación en fechas de celebración para estudiar una tragedia real y así relativizar con nuestras incomodidades y quejas, con el objeto de que finalmente nos reconfortáramos en lo afortunado que uno pudiera ser en la perspectiva de su vida tras recapitular más o menos acertadamente a partir de un relato desalentador. Esta invitación, desde este tremendo libro, es sencillamente compartir una expresión de esperanza en la vida, de revalorización de la humanidad y del potencial asombroso de cada individuo en sí de alzarse sobre tal o cual situación más o menos desfavorable, siendo esto uno de los mayores nexos que nos unen. No hay lección o moraleja, sólo una propuesta en una mirada hacia un testimonio lúcido, increíble y desgarrador, de uno de los sucesos más horribles de la historia en cuyo final nada más que quedas tú, ser, y si por casualidad, interés o curiosidad llegaras allí, pudieras albergar alguna suerte de idea o intuición sobre qué es lo que podemos ser, lo que en verdad nos puede faltar y lo que realmente nunca podremos perder; ideas estas que, cabe admitir, sí pudieran coincidir con ciertos estados reflexivos a los que a veces inducen estas fechas...

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