http://blogs.20minutos.es/trasdos/2015/01/22/tanya-la-profesora-de-yoga-que-levitaba-para-el-fotografo-gunars-binde/
“Elevarse en el espacio sin intervención de agentes físicos conocidos”. La acción de levitar y poner en solfa la dictadura de la gravedad tiene origen etimológico en el término latino levitas: ligero o liviano, quizá dos de las más bellas palabras conocidas. El viejo Borges recomendaba pasar por el mundo con los pies descalzos y anheló el flote supremo de la ligereza en el poema Instantes:
Yo era uno de esos que nuncaDe unos años a esta parte, con la proliferación de la fotografía digital y sus herramientas de magia —y toda magia es una patraña, no por bella menos engañosa—, las fotos de personas levitando han adquirido condición de subgénero.
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Introduzan levitating people (personas levitando) en el buscador de imágenes de Google y comprueben cómo quedan reducidos a chanza los trances místicos de los ancianos lamas tibetanos o los signum dei de José de Cupertino, que hacía “vuelos públicos” ante grandes auditorios y se desplazaba hasta 25 metros.
Todos podemos levitar —en este post hay más ejemplos, elegidos esta vez con cierta gracia formal— y demostrar al mundo cómo volamos con una impecable imagen donde los trucos no están a la vista, aunque todos sepamos que subyacen y se reducen a un conocimiento de nivel medio del uso de los softwares de tratamiento de imagen y la ayuda de un ventilador o un amigo con capacidad pulmonar contrastada para que sople y consiga dar a la melena un aire cinético.
Lo que sucede en la imagen que abre esta entrada es otra cosa y nada tiene que ver con capas, borradores, clonados y otras herramientas de pantomima electrónica.
En la foto aparece Tanya Binde, una profesora de yoga, actriz y bailarina nacida en Letonia. Está planeando sobre la ribera de un arroyo, a quizá poco más de un metro del suelo, con el cuerpo extendido, los brazos en cruz como alas y los dedos extendidos.
La imagen la hizo su madrido el fotógrafo, también letón, Gunārs Binde (1933) y forma parte de la serie The Flight (El vuelo), realizada en 1992. En las fotos no hay trucos ni de fotomontaje —la superposición de imágenes—, ni de retoque —la manipulación de negativos o copias impresas para, por ejemplo, borrar elementos de sujección—.
Todo lo que vemos sucedió “en directo” y sin manipulación, aseguran los implicados. Yo les creo.
No hay razones para dudar que las fotografías de los Binde muestran a una mujer ligera que ha sido detenida en el aire. El artificio, una intervención inocente comparada con el andamiaje de las levitaciones digitales, está en la liviandad natural de la modelo, su estudiada coreografía —con el arte de las caídas muy trabajado— y el uso de una rapidísima velocidad de disparo en la cámara.
En el el encierro de un estudio, Richard Avedon había logrado lo mismo en 1967, cuando (casi) detuvo en el aire a Veruschka —pese a la intensa luz del plató, que permite obturaciones supersónicas, el movimiento de la top model es perceptible—.
Aún antes, en 1963, Melvin Sokolsky colocó a Simone D’Aillencourt dentro de una bola de plástico que flotaba sobre el Sena y volaba sobre las calles de París, pero esta vez el trucaje, como contaron fotógrafo y modelo, jugaba un papel protagonista: la burbuja colgaba de un cable que fue borrado a posteriori y la chica ni siquiera estaba dentro de la estructura —la retrataron más tarde y la introdujeron con técnicas de fotomontaje—.
Las imágenes de Tanya volando son sólo un apunte de espectacularidad en la obra documental y poética de uno de los grandes fotógrafos europeos de la segunda mitad del siglo XX, Gunārs Binde, olvidado por la desgracia de ser de un país que perteneció al imperio soviético.
Jose Ángel González
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