Después de ocho años de experiencia profesional como masajista, me detengo y contemplo el servicio prestado, las expectivas, las mías propias y las ajenas, las de aquellas almas que vienen buscando alivio, el propio afán de ayudar y servir, y las propias limitaciones, así como la limitada sabiduría que atesoramos, y no alcanzo a ver más que uno de los trabajos más humildes y sencillos que han de existir, unas manos no tan fuertes como ágiles, suaves, flexibles y precisas que se van solas por la piel desnuda, amasan, friccionan, ejercen presión. Los nudillos, los antebrazos, los codos, los pies y hasta las rodillas, todo ayuda, el propio peso. La gravedad, a favor cuando presionas, en tu contra cuando movilizas. El incesante oleaje de la respiración. La inhalación concentrando, abriendo, expandiendo. La exhalación soltando, aflojando, liberando el tejido de su prisión. Ya no me cabe la menor duda de que la mayoría de la tensión la produce la mente, el pensamiento repititivo y compulsivo que nos aprisiona la carne, el tendón y el tuétano, el resto lo hacen el sedentarismo, la letargia y la desidia, y de vez en cuando alguna acción mecánica y/o accidental que nos quiebra en el día a día, aunque intuyo que detrás de la torpeza y el accidente también está la mente puñetera.
Algunas personas vienen buscando, legítimamente, alivio para un dolor crítico, algo inmediato y urgente, un remiendo rápido y efectivo que les ayude. La mayoría buscamos ayuda cuando ya no podemos más, en el pico de la desesperacíón. Muchas veces sólo queremos que nos recompongan para seguir con el ritmazo que llevamos. Yo no sé qué hacer con estas a personas, lo digo sinceramente, los derivo al osteópata, o a cualquier servicio de urgencia. Un masaje, al menos el que ofrecen estas manos, no es más, y tampoco menos, que una invitación a la rendición, a la relajación profunda, una buena de dosis de confianza y una apertura consciente a las profundidades del alma, a través del contacto y la respiración conscientes. Nada de prisas, ninguna urgencia.
¿Cuál es la huella que está dejando la historia de mi vida en este cuerpo tensionado? Esa historia que me cuento, y que cuento a otros y a otras cuando se tercia, ¿cómo se refleja en el cuerpo? En el masaje, o como masajista, me interesa poco o nada la historia en sí, más que como punto de partida para observar el cuerpo, los estragos de la historia en el cuerpo, la tensión en los hombros, en el abdomen, el nudo en la garganta, la respiración agitada, superflua, una mirada esquiva, nerviosa, un pecho hundido, un cuerpo que se cierra, una corazón que se agita. Y comienza el trabajo. Posar la mano, sentir el pulso y el aliento, la piel temblorosa bajo la mano firme, se calma, se detiene, medita, la mano medita y algo se detiene. Después mover, respirar, ampliar la inhalación, profundizar en la exhalación, amasar, presionar, abrir, soltar. El tono baja, la respiración se hace más profunda y serena, la lucha o la huida ya no tienen sentido, es tiempo de recuperar, de energetizar, profundizar en el estado de relajación, sentir. A veces, este estado de autoconciencia relajada nos permite sentir y liberar emociones muy profundas, bajar de la mente al corazón, en un viaje sin distancias y sin tiempo. La verdadera sanación procede de la conciencia, de llevar la conciencia al cuerpo, desde su forma más burda, ósea, muscular, a sus aspectos más sutiles o energéticos, el cuerpo se convierte un portal de acceso al alma y en un vehículo para la liberación. Así es como actúa el masaje consciente, en la misma forma en que actúa el yoga, que también opera en el plano físico para ir ahondando en las sutilezas del espíritu, para acabar deshaciendo las tensiones, las viejas estructuras, los muros erigidos en torno a nuestro Ser.
Si te parece mucho pedir a un masaje, que nos ayude en nuestra propia liberación espiritual, prueba a acercarte a este arte con una mente abierta y relajada. No es lo mismo buscar un masajista para que nos ayude a aliviar la tensión, sólo lo justo para que nos permita seguir un poco más con nuestro ritmo frenético antes de la próxima crisis lumbálgica, que pedir ayuda precisamente para parar, para detenernos, aquietarnos, olvidar nuestra historia por un momento y escuchar atentamente nuestro cuerpo, sentir todo lo que haya que sentir y disolverlo a través de la respiración, el movimiento, los estiramientos suaves, la presión justa. Gran parte de este trabajo no recae en el masajista, sino en aquél/la que recibe. Es el trabajo de entregarse, de rendirse a recibir.
Te animo a concertar una cita y trabajar juntos
en tu bienestar:
Rafael
Om
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