Reconozco que al principio cantaba el om sin saber muy bien por qué. Quizá porque todo el mundo lo cantaba en clase, y lo cierto es que me parecía heremoso, enmarcar la practica con el canto de esta sílaba, un ritual sencillo sin demasiadas implicaciones confesionales. Según dictan los sutras, es el sonido primordial del universo, un gran sí cósmico, la voz del absoluto. La verdad es que nunca he hilado yo tan fino como para corroborar estos epítetos, pero el caso es que cuando fui generando una práctica personal, casera, me fui acostumbrando a escucharme a mí mismo entonando este mantra (de manas= mente, y tran= centrar-liberar), y después de éste, otros mantras vinieron, porque me gusta cantar los cantaba y los canto y cada vez más agusto. Ciertamente no siempre cumplieron su promesa etimológica de centrar la mente, mucho menos de liberarla, y de hecho aún hoy, ejerciendo de profesor de yoga, se ha dado el caso de que en el transcurso de cantarlo tres veces me he ido a pensar en cualquier cosa, en el mejor de los casos referente a la clase que tenía por delante, y he vuelto a centrarme justo al cantar el tercer om, o eso pienso yo, quizá me planté en el cuarto, o me quedé en el segundo, cosa que nunca sabré pues nunca nadie se quejó del despiste.
Dice el Svetasvatara Upanishad (I-14) "Haciendo del propio cuerpo la vara inferior de la fricción y de la sílaba om la superior, a partir de su frotamiento en forma de meditación uno ve al dios como si fuera fuego escondido". No sé si has probado a hacer fuego con dos palos, pero te aseguro que no es fácil, a veces te cuestionas si no estás haciendo el Gil, y lo único que se enciende es la rabia, o la impaciencia al menos. Sin embargo con algunas cosas, desde el principio, se saben que son para bien, como el fuego, que sabes que te dará calor y papas asadas, o como el yoga, que al final nunca te arripientes cuando vas a clase, a pesar de que estuviste a punto de quedarte en casa con la pereza, y uno sigue adelante, a pesar también de que a veces te remueve las emociones sigues, y un día, cuando menos te lo esperas algo se prende, algo se enciende, se te ilumina el alma, una comprensión interna, espontánea, en mitad de la práctica, practicando la misma postura de siempre, algo encanja, algo se abre, y te sientes más espaciosa y en paz, dichosa. Ese mismo fuego se prendió no hace mucho en mi interior, cantando el om, y aún sigue ardiendo, sigo practicando, soplando, claro, para que no se apague. La práctica nunca termina. Es la danza eterna de Shiva, el auspicioso.
Hace unos días un gran amigo y profesor de yoga, con más de una veintena de años de sadhana intensa y de servicio en la enseñanza de este arte, me confesaba que recién ahora se estaba enterando de lo que iba el pranayama. Y el grande Iyengar creo que dijo algo parecido cuando ya eran 50 los años de dedicación al arte de la respiración yóguica. Pero que esto no desaliente a nadie, el yoga es una práctica de frutos inmediatos, si no prueba a hacerte 6, o mejor 10 salutaciones al sol y verás las sensaciones de apertura, serenidad, frescor, ligereza y vibrante energía que se cosechan al instante por todo el cuerpo, y por ende en la, por lo general, agitada mente. Una práctica permanente va generando una propia ecología corporal, un microclima psíquico cada vez más amable y bondadoso, un corazón más tierno y estable. Uno empieza plantando una mata de tomate en una maceta, después se anima a crear un huertito familiar, sólo por pasar el rato y comer un poco más sano. Los huertos, especialmente en permacultura, son organismos vivos, con el pasar de los años prosperan y se funden con el paisaje, se sostienen a sí mismos, van enriqueciendo el suelo y se armonizan con el entorno. Lo mismo le ocurre al sadakha, que cosecha desde el primer día, pero con la constancia y el ardor de su práctica se va convirtiendo en un ser humano ecológico, sostenido, sostenedor y sustentable, valga la redundancia, y cuando el ego está domado, si no disuelto, devienen patrimonios humanos vivos para sus familias y sus comunidades, cuando no para la humanidad, como el ya citado B.K.S. Iyengar, Dios lo tenga en su gloria, junto a todo su linaje de maestros antes que él, y desde él en adelante todos los de su generación y los de las nuevas generaciones que van naciendo y extendiéndose con vigor y prosperidad por todos los rincones de la Tierra.
Hace unos días fuimos a plantar árboles con la Asociación Amigos de los Montes de Málaga y la experiencia fue hermosa y reveladora. desde aquí les agradezco la labor que están haciendo. Mucha de la sabiduría del yoga se gestó en los bosques, en contacto directo con la naturaleza y me parece que reforestar esos bosques, cualquier bosque, es una acto de amor hacia el yoga y la naturaleza, una forma de agradecer lo mucho (TODO) que nos viene de ella y de honrar y propiciar de algún modo la vuelta a su seno. Creo que deberíamos acercarnos al yoga con la misma actitud con que repoblamos los montes, en principio sin más pretensión que conectar con la naturaleza y con nuestro ser, respirar aire puro, ensanchar el alma y apaciguarnos. Después para dar servicio y con visión de futuro. Está bien practicar para uno mismo, pero es mejor practicar, actuar en general, a favor de la totalidad, de todos los seres sensibles, de este y de todos los mundos posibles, sin excepción.
Rama con sus abuelos, Ángel y Mari, plantando un quejigo. |
Reforestemos el páramo interior, propiciemos la lluvia que limpie y repare nuestras sequedades, que inunde el desierto interno de la ignorancia, y florezcamos como vergel humano, como símbolos de la vida única manifiesta en nosotros con tanto amor y bondad que no haya lugar para la duda,el resquemor ni la avaricia. Que se derriben los muros erigidos en torno a nuestro verdadero ser y nos convirtamos en campos sin puertas ni llaves, corazones abiertos y mentes abiertas, en beneficio del TODO.
Om Shanti
Si aún no practicas yoga te recomiendo algunos lugares en la ciudad de Málaga:
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